jueves, julio 01, 2010

¿QUERES BAILAR?


(Ejecicio para el Profesorado de Lengua y Literatura, Taller de Narrativa 3. Debìamos elegir una foto e inspirarnos en ella para escribir el cuento).


Te veías tan bonita aquella tarde
otro asalto de verano, otro baile más...


- Es falsa.

La frase me tomó por sorpresa. Había entrado sola a la librería. Estaba haciendo tiempo para ir a mi sesión de análisis. Miraba una foto colgada en la pared. Cuando me di vuelta me encontré con una sonrisa en medio de una barba negra y poco tupida, debajo de una mirada que me encantó en cuanto la veo.

- ¿Cómo?.
- Bueno, no es que sea...falsa... Dicen que en realidad el fotógrafo anduvo sacándole fotos a esa pareja en varios lugares de París.
- Ah...
- Pero a vos te gusta y te interrumpí.
- No, no...está bien.

Me quedo estudiándolo. Hay algo familiar en esa sonrisa, en su mirada. Tendrá mi edad, 30 y algo recién cumplidos. Me apoyo en algunos libros.

- Digo...¿te gusta la foto, no? – me pregunta.
- Si...si, claro. En realidad me encanta y nunca la había visto en este tamaño, tan...
- ¿Grande?.
- Grande, si. Disculpame...¿te conozco?.
- No se. ¿Me conocés?.
- No se. Por eso te pregunto.

Se queda mirándome.

- Mirá...estaba allá, buscando un libro de autoayuda...

“Ay, no, no me digas eso bombón”.

Creo que en ese momento se dió cuenta de mi desilusión porque enseguida me explicó que el libro no era para él, o sí, era para él, pero no porque le interesara la autoayuda, o sí, le interesaba la autoayuda porque quería escribir (era escritor según pude deducir por otras cosas que dijo) un libro de autoayuda “trucho y en joda”.

- Uf...menos mal. Ya me había desilusionado – dije y enseguida me percaté de que lo que había dicho no quería decirlo, sino pensarlo y nada más. Le di la espalda fingiendo buscar algo en la estantería para que no se notara que me estaba poniendo colorada o más bien de que yo sentía que se me estaba prendiendo fuego la cara.

- Está bien – contestó él en un tono que me pareció que era medio burlón.
- ¿Qué?.
- Nada, nada. No-di-je-na-da.
- ¿Perdón?. ¿Me pareció o te estabas burlando de mi?.
- ¿Burlándome yo?. ¿Por qué iba a burlarme yo de vos si recién acabo de...?. Uf...siempre igual, con t...brghdfh... djdjdj...
- ¿Qué dijiste?.
- No dije nada.
- Sí, algo dijiste.

No se qué me pasó pero me estaba haciendo enojar.


Era un Ranser el equipo, tal vez un Wincofon
cientos de sencillos, 20 o 30 long plays...


- Mirá...yo vine muy tranquila a revolver algunas estanterías, estaba mirando la foto y vos... vos te me acercaste a hablar. No yo. Ni te conozco.
- ¿No?.

Hizo esa pregunta sin siquiera mirarme. Estaba empezando a ponerme furiosa pero no podía irme.
Hacía mucho que no me sentía así.

“Tan bien que venías”.

- Bueno...auto-ayuda-que-no-es-para-mi, me voy a un lugar más tranquilo y si-len-cio-so.

Me miró sonriente, con ojitos sobradores. Sostenía un libro.

- Ah...mirá...acá hay uno de los míos. Este es un libro de cuentos – dijo sin hacer caso de lo que acababa de decirle.

Me mostró un libro de cuentos. Abrió la tapa, y en la solapa estaba su foto.

- Ah...
- Y...mirá vos...lo que dice acá “cuentos de humor...” blablabla...
- Ah...ok. Igual mucho gusto.
- Me encanta cuando te enojás, esa marquita que se te hace acá – dijo señalando mi entrecejo.

“Ok. Qué bueno que está y encima piola...Pellízquenme ahora por favor, así me despierto. Si encima de todo es un poquito salvaje como a mi me gusta, me...”.

- A mi esta foto me encanta – interrumpió mis pensamientos el muy maleducado. – No me importa si no es espontánea.

La “s” de espontánea me sonó tan conocida. Empecé a revolver en mi memoria, a pasar plumeros y sacar el polvo de estanterías con recuerdos añejos. Pero nada.

- Yo a vos te conozco.
- ¿Estás segura?.
- Estoy segura.
- ¿De dónde me conocerás?.
- No se.

Mira mi mano izquierda.

- No tenés anillo – dice.
- ¿Qué?.
- Digo...no tenés anillo. No estás casada.
- No est...¡¿Y eso a vos qué te importa?!. Sos un atrevido vos ¿eh?.
- Mmmm si. Siempre fui medio atrevido. Eso dice mi mamá.

“No, no estoy casada. Mmmmm” pienso y en mi pensamiento le saco la lengua.

- No, no estoy casada -.

“¡Otra vez!. ¡Por Dios!. Esto tengo que hablarlo de vuelta en la sesión de hoy...”

- Qué bien.
- ¿Por qué “qué bien”?.
- Por dos razones: una, porque no estás casada. Y dos, porque no contestaste otra cosa peor.
- ¿Peor?. ¿Qué otra cosa, a ver?.
- Por ejemplo, “soy total y completamente lesbiana y odio a todos los varones” o “sí, estoy casada, pero estoy casada con el Señor” o algo así.


Tus amigas se rieron, diste un paso adelante
Ni tuve que preguntarte “¿Querés bailar?”



- Esto es too much – digo.
- Ah, ok, finally, you´ve learned how to speak english.

“Ups…encima políglota. Si llega a hablar italiano...”.

- Un poquito – digo más tranquila. El me sigue sonriendo. Yo siento que soy un cubito de hielo en el verano del Sahara. – Vos...vos me conocés.

Sacude la cabeza.

- Creo que si. Digo, no soy de abordar a cualquiera que está mirando fotos en las paredes de las librerías así como si nada. No soy de esos.
- ¿Un acosador pervertido con buen nivel cultural?.

Nos reímos.


Te pasé las manos por la cintura
brillaron tus aparatos en la oscuridad


Saca de la estantería el libro que escribió y me lo pasa.

- ¡Nooooo! –

“Si Padre, acepto”.

- ¡No te puedo creer!. ¡Qué guacho sos!. ¿Cómo me reconociste?. No...no... mirá vos...Qué loco. ¿Qué hace?. ¿20 años más o menos que no nos vemos? –
- 21 años, 8 meses y algunos días para ser más exactos.

Creo que dijiste “si”
y no escuché nada más


“Si Padre, acepto 2 veces”.

- Si P...No soy lesbiana, no estoy casada, no estoy en pareja.

“La sesión de hoy va a ser muuuuuy larga”

- Ok – dice sorprendido.

Nos miramos sonriendo como tontos durante unos cuantos segundos.


- ¿Vamos a tomar algo? – dijimos los dos al mismo tiempo.

Nos reímos. Salimos de la librería y empezamos a caminar en silencio por la avenida. El no dejaba de mirarme. Recorrimos varias cuadras así. En las esquinas, me apoyaba la mano ligeramente en la espalda para que cruzáramos. Llegamos hasta un barcito antiguo. El seguía sonriendo. Me parece que yo también. Entramos. Elegimos una mesa al lado de la ventana. Nos sentamos.

“Ay, por favor, no puede ser. Si llega a ser un poquito salvaje...mamma mia y si encima...”.

- ...hablás italiano...
- Ma que cosa dice ragazza?. Io parlo italiano benissimo.

“Lo siento doc. Hoy le dejo el diván vacío”.

LAS TARDECITAS

(Ejercicio para el Profesorado de Lengua y Literatura, Taller de Narrativa 3. En este caso el ejercicio consistìa en trabajar con un binomio fantàstico con palabras elegidas de una lista escrita por los alumnos al azar. Las palabras que elegì fueron TARDE y ATADA)

Alguien se había robado la tarde. Sólo teníamos mañanas y noches. Fue buscada intensamente, en muchos lugares y a distintas horas. Pero no hubo caso. La tarde no aparecía y nosotros seguíamos teniendo largas mañanas y extensas noches.

Aquellos fueron tiempos de incertidumbre y desconcierto, de momentos románticos perdidos y fotos que no pudieron ser tomadas, de sobremesas cortas, de asados apurados, de chicos que ya no podían merendar mojando las vainillas en el vaso de leche chocolatada.

No habíapistas sobre por qué alguien se había robado la tarde. Nadie reivindicaba aquel robo. Los investigadores no sabían dónde ni cuando seguir buscando.

Los ingleses decidieron cambiar el five o´clock tea por el ten o´clock breakfast. Pero todos sentían que no era lo mismo, que no había caso, que sin la tarde, el día no tenía sentido.

Se planificaron nuevos diseños horarios para el día, pero los distintos gobiernos no lograron ponerse de acuerdo. Las discusiones fueron tan intensas que en cierto momento se temió que estallara una conflagración mundial, hasta que todos retornaron a sus cabales y firmaron sendos documentos en los que se comprometían a seguir trabajando mancomunadamente en la búsqueda de soluciones que satisficieran a todos los actores involucrados en el marco de un esfuerzo conjunto que conllevara las mejores intenciones. En la siguiente reunión, no estalló una conflagración mundial, pero los golpes de puño, los insultos y las patadas estuvieron a la orden del día.

Estados Unidos acusó a sendos países musulmanes de tener a la tarde de rehén y los invadió declarando que lo hacía en “nombre de la libertad, la democracia y el día completo”. Todos sabían que eso era una simple excusa, a pesar de lo que dijera la prensa. Al poco tiempo fue evidente que los países invadidos no tenían en su poder a la tarde y que todo había sido un invento, otro más, de los estadounidenses.

Después de un tiempo, comenzamos a acostumbrarnos a no tener más tardes y sólo vivir de mañana y de noche. Cuando ya nos habíamos olvidado del asunto y todas las búsquedas habían sido suspendidas, cuando aceptamos que ya no tomaríamos más meriendas y que no tendríamos más atardeceres para mirar extasiados, una noticia recorrió el mundo como un rayo.

La tarde había sido encontrada.

La encontró la policía, de pura casualidad. Estaba atada a una cama, muy demacrada, reducida a un simple rato. Según contó la misma tarde, la había secuestrado un muchacho que detestaba las siestas y adoraba los amaneceres. Le había prometido que pronto la liberaría, pero al tenerla allí, no pudo cumplir su promesa: sin darse cuenta, se había enamorado de ella y ya no quería dejarla partir. Finalmente un día, dijo la tarde, el muchacho se fue sin decir palabra y ya no volvió.

La policía liberó a la tarde y pronto todo volvió a ser como antes. Según fuentes de la investigación, los agentes del orden llegaron a aquel departamento tras un llamado anónimo que los alertó, y al que acudieron sin ninguna esperanza, ya que en su momento, cientos de pistas falsas fueron seguidas y descartadas.

Del muchacho nunca se supo nada, ni su nombre, su edad, a qué se dedicaba o por qué nos había robado la tarde, pero pronto todos nos olvidamos de él, tan felices como estábamos por haber recuperado la tarde. Se sospecha que fue él mismo quien llamó para alertar a la policía. La tarde no quiso hablar con la prensa ni hacer declaraciones de ningún tipo. Dicen quienes mejor la conocen, que mientras estuvo atada en aquella cama de aquel departamento, la tarde cambió. Hay quienes aseguran haberla escuchado suspirar profundamente mientras el sol se pone, añorando a su captor, deseando ser raptada otra vez, aunque más no fuera, por tan sólo un rato cualquiera de estas tardes.




martes, junio 15, 2010

ULTIMO

(Ejercicio para el taller de narrativa 3 del Profesorado de Lengua y Literatura de Lago Puelo. Este ejercicio consistìa en utilizar como epìgrafe una frase o microrelato de Macedonio Fernandez)

El pez náufrago.
Macedonio Fernandez


Lo peor del desierto no es la falta de agua, ni el viento lacerante, ni el sol abrasador, ni la arena que se cuela por cada poro de la piel. Lo peor es la ausencia absoluta de horizonte.

Se que hace años que no vuelvo a esta ciudad. No tengo idea de cuántos años. Los carteles oxidados que alguna vez fueran verdes tienen los nombres borrados. No se dónde estoy exactamente aunque imagino que será en lo que alguna vez fue Sarandí. Reconozco partes de la estructura del viejo puente del tren, que todavía siguen en pie.

Ya no hay columnas de humo, como la última vez que estuve acá. Sólo viento, polvo, arena y silencio. Tampoco hay cadáveres ni el olor penetrante que sentí cuando finalmente pude irme de aquí.

Recorrí tantas ciudades que ya ni recuerdo cuántas fueron. Estuve en Rosario, en Corrientes y en Posadas; en Goya, Bella Vista y en Paraná; en Porto Alegre, donde asistí al suicido masivo de más de 4000 personas. Pisé otros pueblos del sur de Brasil y así llegué a Río de Janeiro, vacía, reseca, fétida. En Bahía me quedé a vivir durante lo que creo fueron 4 meses o más, en una casa que no tenía ni una rajadura, en una calle que no era un agujero, con electricidad, comida, agua potable, sin visitantes indeseables. Crucé por Guyana y Surinam, esos lugares que nunca aparecían en las noticias. Anduve por Caracas destruída y repleta de Ellos muriéndose en las calles. Luego por la costa venezolana entré en Colombia y llegué cerca de Cartagena, la primera de las ciudades que vería entera y completamente envuelta en llamas a lo largo de mi camino. Desde decenas y decenas de kilómetros podía verse la gigantesca columna de fuego. Tuve que rodearla a varios kilómetros de distancia: el calor era sencillamente insoportable. De noche, el reflejo de las llamas despedía el brillo de un pequeño sol. Pensé que el olor de aquel fuego en el que todo se quemaba (hierros, maderas, automóviles, animales, cuerpos, piedras) quedaría grabado en mi memoria para siempre. Pero no fue así.

Pasé por Centroamérica, llegué a Mexico y luego a Estados Unidos: en Cabo Cañaveral encontré dos cohetes preparados para despegar que nunca emprendieron vuelo. Verlos volar en pedazos, encenderse como bengalas gigantescas, fue todo un espectáculo; Washington y Filadelfia eran sólo cenizas, lo mismo Nueva York y todas las ciudades a su alrededor. Esos fueron días difíciles. Recién al cruzar a Toronto pude descansar. Fui a Europa, la recorrí varios meses, el espectáculo era el mismo. Pegué la vuelta, como si tuviera dónde volver. El mundo era mío y estaba harto. Siempre había sido mi sueño recorrerlo, pero hacerlo de aquella manera no estaba en mis planes.

En todos lados la vista era igual. A medida que pasaba el tiempo, el peligro de encontrarme con Ellos era cada vez más remoto. Estaban desapareciendo inexorablemente, se volvían más lentos, con el paso del tiempo cazarlos me producía menos y menos excitación, excitación que fue tornándose hastío hasta que desaparecieron y se volvieron simplemente olvido.

Los fuegos fueron apagándose, los caminos cubriéndose de polvo, las comidas volviéndose cada vez más rancias, las plantas desapareciendo, los huesos, pulverizándose en el viento.

Al principio, con todo a mi disposición (todo, absolutamente todo lo que se había salvado a mi disposición, podía tomar lo que quisiera de donde quisiera) jugué a ser fotógrafo. Pensaba “bueno, por ahí un día, quien sabe, alguien pregunte qué pasó acá”. También comencé llevando un diario detallado de mis viajes, pero me duró poco. Cuando los meses pasaron y el horizonte se repetía una y otra vez, ciudad tras ciudad, país tras país, kilómetro tras kilómetro, perdí el entusiasmo completamente.

Despues de unos años, la electricidad comenzó a fallar, debía cambiar de auto cada vez más seguido, y los generadores eran más difíciles de encontrar. Los barcos ya no funcionaban, los aviones no despegaban, los trenes no se movían.

Avancé hacia la ciudad, guiado más por mi intuición que por seguir algún tipo de camino. Me preguntaba cómo lograría cruzar el Riachuelo si los puentes ya no estaban. No hubo problema: los puentes ya no estaban, pero el Riachuelo tampoco. Estaba seco. Lo que había sido alguna vez su fondo, ahora era un pedazo de tierra resquebrajado, seco y repleto de restos de cascos de barcos y pilas enormes de esqueletos de autos, colectivos, camiones, vehículos. Dejé la camioneta (¿cuántas había usado y abandonado?. ¿Cuántos autos y camiones?. Pensar que cuando todo estaba bien, apenas si tenía un ciclomotor) y crucé a pie. Caminé cerca de 2 horas entre escombros y árboles calcinados. Recordaba mis tardes yendo en el 98 a encontrarme con Cecilia, el tráfico, la locura, el ruido insoportable, las bocinas, los gritos, las voces. El contraste de aquel ritmo frenético y descontrolado de la ciudad con este silencio podría haberme abrumado. Pero eso no sucedió. Ya no sucedía más. Nada sucedía más.

¿Alguna vez vieron explotar una estación de servicio?. Yo sí, decenas de ellas. Era yo quien provocaba las explosiones. Comencé por diversión. Luego descubrí que aquel espectáculo atraía Ellos, así que empecé a hacerlas volar como carnada. Pero como todo, después de un tiempo hasta Ellos empezaron a escasear, así como la emoción de cazarlos.

Una vez hice explotar un aeropuerto, no recuerdo cuál fue. Fue extraño, porque a diferencia de otros aeropuertos, estaba en pie y repleto de aviones en buen estado. Me tomó casi 8 horas preparar todo. Cuando encendí la mecha, por así decirlo (no encendí ninguna mecha: inicié el primer fuego desde un kilómetro de distancia con un control remoto) presencié fuegos artificiales de escala monumental. Luego de aquello esperé algo así como 2 días, o tal vez fueron más, pero ninguno de Ellos apareció. Ni uno. Una explosión de tamaña magnitud habría atraído centenares en los primeros días y me hubiera entretenido durante semanas practicando tiro, viéndoles estallar las cabezas a través de la mira telescópica. Pero ya no más. Imagino que se habrán extinguido.

Hace mucho también que dejé de tener fantasías. Fantaseaba con encontrarme a otros sobrevivientes, pero más pronto que tarde descubrí, aunque tardé mucho en aceptarlo, que era el único, que estaba solo. Ni siquiera un perro que me acompañara. Nada ni nadie. Solo. Luego de un tiempo dejé de hacerme aquellas preguntas (“¿Por qué yo?. ¿Cómo pudo pasar esto?. ¿Qué pasó?. ¿Solo para siempre?”) que me atormentaban y simplemente seguí.

Cuando se dio a conocer la Verdad, mi padre se puso una pistola en la boca y disparó. El muy cobarde nos dejó sin siquiera avisar. Mi madre terminó sus días rezando en una iglesia junto a su grupo de amigas religiosas. Dios, por supuesto, no llegó para salvarla. Mi hermano fue el más digno: cargo un auto con bidones y bidones de nafta, armó una bomba casera y se estrelló contra la caravana de uno de los 3 que habían dado inicio a todo. “No voy a dejar que ese hijo de puta encima vea el Apocalipsis desde primera fila, ¿no?” me dijo por teléfono y se cargó a toda la caravana donde iba “ese hijo de puta”, una caravana que lo protegía vaya a saber de qué, porque al final igual iba a tocarnos a todos. O el menos eso creía yo.

Una vez, cuando eramos chicos, mi viejo nos llevó a pescar a mi hermano y a mi con unos amigos suyos que eran fanáticos de la pesca. Yo no entendía cómo podía atraerles tanto eso de andar sacando pescados del río y no comerlos, de llenar riñoneras con huevo duro para comer sin dejar de pescar, de no tomar agua, de no ir siquiera a mear.

Nos dieron una caña, nos explicaron cómo teníamos que hacer para tirar la línea y nos dijeron “vayan por allá y no jodan”. Tiramos la línea y tuvimos suerte: enseguida enganchamos un pescado. Ayudé a mi hermano a traerlo de vuelta. Se retorcía frenéticamente.

- Agarralo – me dijo.
- Agarrlo vos – le contesté.

El me apuntó con la caña y empezó a reírse.

- ¡Dale tonto!. Agarralo.

Yo me aparté de un salto.

- ¡Sacalo de acá! – le grité.

El pescado no dejaba de moverse en el anzuelo. Después de unos segundos dejó de sacudirse tanto. Me acerqué un poco y me quedé mirándolo buscar el aire con sus branquias.

- Se está muriendo – le dije a mi hermano.

Mi hermano se acercó y se puso a estudiarlo.

- Uy... – dijo mi hermano. - ¿Qué hacemos?.
- Que se yo – le dije.

Miramos hacia donde estaban mi viejo y sus amigos pescadores.

- ¿Lo tiramos al agua de vuelta?.
- Y dale – le dije.

Lo desenganchamos del anzuelo. Todavía se le movían las branquias. Lo dejamos en el agua. Después de unos segundos empezó a moverse. En vez de irse, se quedó flotando ahí, en la orilla. De pronto, saltó del agua y quedó acostado en la arena, las branquias inflándose y desinflándose de nuevo. Mi hermano lo agarró y volvió a meterlo en el agua. Pero el pescado volvió a acercarse a la orilla y a tirarse en la arena otra vez. Volvimos a meterlo en el agua. Y de nuevo, el pescado se lanzó de cabeza contra la playita. Intentamos de nuevo y pasó lo mismo. Cuando mi hermano lo agarró para volver a tirarlo al agua le dije que lo dejara ahí.

- Capaz es lo que siempre quiso hacer y nunca se animó, ¿no?.

Mi hermano me miró.

- Vos estás reloco – me dijo y se rió.
- Si. Pero no le cuentes a aquellos – le dije.

Hablamos de aquel pescado antes que nos despidiéramos con aquella llamada. – Lástima por el pescado, ¿no? – me dijo y nos dijimos adiós.

Estoy en el Obelisco, aunque claro, ya no hay Obelisco. Creo que estaba acá, donde estoy parado ahora. Pateo los escombros del piso y encuentro un pedazo de una placa de bronce. – Si – digo para mi.
– Seguro que era acá -.

Entonces escucho un ruido, un sonido que hacía años que no escuchaba.

Un gemido, como un grito afónico.

- No puede ser...

Empiezo a caminar hacia el ruido. Tardo un rato en ubicarlo. Entonces aparece arrastrándose. Le apunto con mi rifle.

- ¿Cómo puede ser?.

Me acerco con cuidado, sin dejar de apuntarle, pero cuando lo miro bien, me doy cuenta que no corro peligro. Se acerca lastimosamente y sigue gimiendo. Su rostro no tiene piel, le falta una mano (las marcas de mordidas me dicen que se la comió él mismo), no tiene el labio inferior y uno de los ojos es tan solo un hueco. Tiene el cuerpo cubierto por dos o tres jirones de tela y apenas si puede moverse.

Cuando llega donde estoy, se detiene. No ataca o algo parecido. Ya no tendrá fuerzas ni para intentarlo. Me quedo mirándolo. Se mueve hacia mi, me alejo un paso y vuelvo a apuntarle. Levanta la mano que le queda y pronto se derrumba. Baja la cabeza. Ya no gime. Cuando levanta de nuevo su horrible cara hacia mi, veo algo en su ojo, algo que no había visto jamás en ninguno de Ellos.

Bajo el rifle. Se arrastra hasta que llega adonde estoy. Esta vez no me muevo. Toma el caño del rifle e intenta llevarlo hacia su cabeza, pero no tiene fuerza. Lo empujo con el pie y cae sin ofrecer un mínimo de resistencia. Lo escucho gemir y su gemido parece el llanto de un niño. Se arrastra trabajosamente hasta donde estoy de nuevo e intenta agarrar el caño del rifle otra vez. Vuelvo a empujarlo y cae. Se levanta y se arrastra hacia mi. Pero esta vez no agarra el caño del rifle: me mira y señala su frente con el muñon que le queda en el otro brazo.

- ¿Cómo puede ser? – le pregunto. Sólo vuelve a señalar su frente.

Apoyo mi rifle en su frente y deja de gemir.

- Vos sí que tenés suerte – le digo. – Yo ni esto – agrego y aprieto el gatillo. Cae hacia atrás. Apenas si unas gotas de algo parecido a la sangre le brotan de la cabeza. Ahora todo es silencio de nuevo. Lo miro y me quedo pensando en mi padre y en sus amigos de pesca, en los huevos duros y en aquel pescado en la playa. Es raro, pero ya no puedo recordar nada más y en ese momento me doy cuenta de cuán poco me importa.

TRAICION

(Ejercicio para el taller de narrativa 3 de el Profesorado de Lengua y Literatura de Lago Puelo. El ejercicio consistìa en elegir una frase de "Emma Zunz" de Jorge Luis Borges e incluirla en un cuento propio sin que se note)

Apoyó una mano sobre el vidrio que cubría la mesa de roble. Deslizó un dedo, haciendo pequeños círculos, dibujándolos lentamente. Parecía que sólo ese dedo evitaba que su frágil y tembloroso cuerpo terminara contra la alfombra que cubría aquel piso de largos y gruesos listones de madera, desgastados por el paso de los años y los miles de pies que alguna vez se arrastraran sobre ellos.

Evitó mirarlo a la cara al hablar. Su vista se perdía en algún punto lejano, fuera, dentro de la ventana que recortaba un cuadro mínimo de la ciudad.

- Johnny – murmuró y al hacerlo exhaló un breve suspiro, un mohín más estudiado que natural. Le temblaba la voz; el temblor convenía a una delatora. – Johnny – repitió con lentitud, mientras apartaba sus ojos de la ventana, sus ojos húmedos, a punto de dejar escapar la primera lágrima. – Es Sam.

Terminó de pronunciar aquellas palabras y giró con el dramatismo de una actriz secundaria de una película clase B que algún productor decidió que sería mejor nunca estrenar antes que pasar por la vergüenza de que alguien viera aquella basura con tal de recuperar algo del dinero invertido.

Ahora tenía las dos manos apoyadas sobre la mesa. Le daba la espalda a Johnny. Inclinó su cabeza apenas para un costado y siguió hablando en susurros.

- Es Sam, Johnny – repitió. – Siempre ha sido él. Yo… - su voz se quebró, como tantas veces se había quebrado el día anterior, al practicar sus líneas frente a un espejo rajado en aquel motel de la Quinta y Levingston. – Yo…no podía decírtelo antes, Johnny. Me tenía… amenazada…¡y a mi madre, Johnny!.

Johnny no decía nada. Por el sonido metálico, ella adivinó que Johnny había encendido otro cigarrillo. Lo escuchó exhalar la primera bocanada de humo.

- Johnny, ¿me entiendes?. No podía hacer nada. El…simplemente me tenía atrapada, en sus manos. ¡Oh, Johnny…!.

Se dió vuelta, lo enfrentó y entonces su cara se llenó de espanto. Todos sus gestos, estudiados una y cien veces, todas las palabras memorizadas para repetir en aquel momento, se borraron de su mente.

- ¿Pero…?.

Era Sam, parado en la puerta de la sala.

- Hola cariño – dijo Sam.

Ella no pudo decir nada.

- ¿Me crees tan tonto cariño?. – dijo Sam.
- Eres un maldito…siempre lo has sido…
- Eso ya lo se cariño. Pero tú…tú si que eres buena –.
- Si que lo es – agregó Johnny mientras empujaba su sombrero un poco para atras. – Si que lo es – repitió.

Sam se acercó unos pasos hacia Johnny.

- Siempre fuiste tú, nena. Siempre. Pero te necesitábamos.
- Si, te necesitábamos – agregó Johnny.
- Sin ti…el cuento no hubiera sido creíble.

Johnny dió otra pitada.

- ¿Quieres uno? – le ofreció a Sam.

Sam se acercó, tomó uno de los cigarrillos del paquete de Johnny mientras le apoyaba una mano en el hombro.

- ¡Son dos malditos! – ensayó ella a modo de queja.
- Bueno…puede que si – dijo Sam mientras Johnny le prendía el cigarrillo.
- ¡Si!. ¡Lo son, asquerosos cerdos!.
- Uhmmm…cariño…parece que alguien se ha enojado – comentó Johnny risueño.
- Sin dudas – dijo Sam sonriendo.

Ella los miró, tratando de entender qué sucedía, tratando de comprender cómo todo se había salido tan rápidamente de su cauce, cómo su plan se había desecho ante sus ojos cual castillo de arena ante un maremoto.

- ¿Ustedes…ustedes…?.
- Ajá.
- Oh....Malditos… ¿cómo no me di cuenta?.
- Tú eres muy buena nena – dijo Johnny. – Pero nosotros somos mejores – agregó mirando a Sam a los ojos.
- Si que lo somos – dijo Sam, mientras acomodaba el sombrero de Johnny.
- Cerdos – murmuró ella cuando las primeras lágrimas, verdaderas lágrimas, brotaron de sus ojos. - ¡No me entregaré! – gritó desafiante. – Si creen que seré su pato de bodas, están equivocados. ¡Ambos están equivocados!. Prefiero…prefiero morir antes que ir tras las rejas - desafió.
- Oh…bueno…pues eso no es problema – dijo Sam. – Eso no es ningún problema – agregó mientras apuntaba con su 38 al rostro de la chica.
- Malditos – alcanzó a decir antes que la sonrisa de Sam se convirtiera en la última imagen que se llevaría de esta vida.

sábado, abril 24, 2010

TIZA BORRADOR

(Ejercicio de taller de narrativa del Profesorado)


¿Sera posible ver a Hugo Scalamati sin una tiza en su mano?. ¿Conocen ustedes a alguien que una vez, no dos ni tres, sino que una vez y sólo una, haya dicho “No sabés lo que me pasó ayer: lo vi al Hugo y no llevaba una tiza en la mano”?. Si tal persona existe, yo no la conozco.


Hugo Scalamati era un tipo común y corriente. No usaba barba, bigote ni patillas ni el pelo largo ni muy corto ni un peinado estrafalario. Su ropa no era de colores estridentes o llamativos, sino todo lo contrario. Sus zapatos no tenían nada de particular, no eran muy nuevos ni tampoco muy viejos ni estaban muy gastados pero se notaba que llevaban un tiempo siendo usados. Vestía camisas de corte tradicional, un traje de segunda marca, pero no corbata ni moño ni corbatín. En el barrio nadie sabía en qué trabajaba. No se hacía notar, a excepción, claro, de la tiza que llevaba siempre, día y noche, noche y día, en su mano.


No hablaba mucho pero siempre nos decía que aquella tiza, blanca, larga, sin punta, polvorosa, era una pieza vital de su trabajo.


En el barrio ya nadie le preguntaba “Hugo, ¿por qué siempre llevás una tiza en la mano?”. Se habían acostumbrado a verle la mano y la ropa constantemente manchados del típico polvillo blanco que despidan las tizas.


Una tarde de Mayo del ’81 apareció un tipo preguntando por Hugo. “Tiene algo que es mío” le dijo a Juancito, el de la verdulería, que nos contó que el traje del tipo también estaba todo manchado de blanco, como la ropa de Hugo.


- ¿Y vos qué le dijiste?

- ¿Qué le voy a decir Gordo? – le contestó Juancito al Gordo Roberto. – Que lo conocía. Si yo al Hugo lo conozco desde hace años.


3 días después Ramón vió al mismo tipo parado en una esquina. Lo reconoció por las manchas de tiza en el traje.


- Tenía una cara de loco – nos dijo Ramón.

Una semana más tarde los muchachos estaban tomando Gancia y comiendo una picada en el bar del Gallego, cuando vieron pasar al tipo, que iba olfateando el aire.


- Che, habría que avisarle al Hugo que este tipo lo anda buscando. Capaz que lo quiere boletear.

- ¡Pero mirá si va a ser para tanto! – exclamó el Petiso Fermín.

- Y, no se, pero ¿vos viste la pinta de este tipo?. ¡Encima anda diciendo que el Hugo tiene algo que es de él!. Yo no se...

- ¡Pero no jodás Gordo!. Mirá si va a ser tanto quilombo por una ticita...

- Por ahí no lo busca por la tiza – terció Ramón.

- ¿Y por qué mierda lo va a buscar sino es por esa tiza que lleva siempre en la mano?. No creo que sea por la charla. El tipo no destaca en nada. Guita no tiene. Mina tampoco. Si tiene algo del tipo no se que pueda ser sino es la tiza, y al final es una ticita nomás. O sea...no puede ser que alguien lo esté buscando por un pedazo de tiza de colegio. ¡Ni siquiera se porqué estamos hablando de esto!.

- Capaz que estuvieron juntos en el loquero y Hugo se fue antes con la tiza del otro loco – bromeó Juancito.

- Eso que lleva Hugo no es tiza, muchachos.


Los muchachos se quedaron mirando a José, el gallego dueño del bar.


- ¿Qué decís gallego? – preguntó Ramón.

- Que os digo que eso que lleva Hugo en la mano no es ninguna tiza.

- ¿Y vos cómo mierda sabés que eso no es una tiza? – preguntó Fermín de mala manera, ganándose la mirada reprobatoria de sus compañeros de mesa. - ¿Qué pasa che?. ¿Ahora no puedo decir “mierda”?.

- Seguí Gallego – dijo Roberto resoplando.

- Pues...una tarde vino aquí a tomar te, mezclado con ese líquido verdoso que siempre le pone él. Hace años que viene a las 4 y media en punto, pide un te y lo mezcla con una especie de pasta verde medio líquida que nunca me animé a preguntarle qué era. Pero esa tarde en vez del líquido verde le echó uno color marrón. Yo lo noté un poco distraído a Hugo, pero no le dije nada. Hombre, que al fin y al cabo en mi bar cada uno le echa a su te lo que se le antoje echarle. El caso es que después de unos minutos Hugo se puso más bien raro, como borracho. Jamás lo había visto así. Se tambaleaba y cuando hablaba, pues que no le entendía ni J. Tan mal lo vi que en momento hasta pensé que soltaría la tiza.

- ¡¡No!! – exclamaron los muchachos al unísono.

- Os lo juro por mi santa madre que está enterrada allá en Galicia – dijo el Gallego mientras se hacía la señal de la cruz. – Luego de un rato empezó a hablar en distintos idiomas: en italiano, en inglés, en portugués, en francés, creo que en alemán y ruso, chino o japonés y hasta creo que algunas lenguas africanas. De repente volvió a hablar en castellano. Entonces me mostró la tiza y me dijo con acento de película de Hollywood doblada al español “Si esto llega a caer en las manos equivocadas, amigo, despídete”. “¿Pero de qué coños me hablas Hugo?. Hombre que estás muy raro” le dije. “Hugo. Siempre me causaron gracia los nombres que ustedes los humanos usan” me dijo.

- ¡Pero andá Gallego!. ¡Dejate de hinchar las pelotas! – exclamó Fermín. - ¿Ahora me vas a decir que Hugo es un extraterrestre?. ¡Tomátelas! -.

- Pero si serás maleducado – lo reto Ramón. – Disculpá Gallego. Dale, seguí.


El Gallego se reclinó un poco sobre la mesa. Miró a los muchachos uno por uno.


- Muchachos: Hugo me explicó que eso que él lleva siempre en la mano no es una tiza.


El Gallego hizo una pausa dramática antes de seguir hablando.


- Me dijo que eso que lleva siempre en la mano es en realidad una llave.

- ¿Una llave?.

- Si, una llave.

- ¿En serio?. ¿Una llave?.

- Que si hombre. Que es digo que Hugo me dijo que eso era una llave.

- ¿Una llave para qué? – preguntó Juancito.

- Pues no lo se. No me lo ha dicho y no he querido preguntaro. Pero lo que sí me dijo es que si se abre lo que esa llave abre, estamos perdidos. Absolutamente perdidos – dijo el Gallego, remarcando cada sílaba de la palabra absolutamente.

La mesa quedó en silencio hasta que Fermín abrió la boca.


- ¿Pero ustedes se creen lo que acaba de contar este Gallego?. ¡Déjense de joder por favor y sigan tomando Gancia!. Si serán...Mirá si esa tiza de morondanga va a ser una llave. ¿Una llave de qué?. ¿De la tapa de los sesos del Hugo? – bromeó de mala manera. – Seguro que se levanta la tapa de la cabeza y se hace dibujitos en el cerebelo. ¡Por favor!. Si no aguantan el Gancia, no chupen che.

- Os digo lo que él me dijo – se defendió el Gallego.

- El Hugo está reloco hermano, nada más. Chalado. Le faltan varios jugadores. Se le perdieron varias bolitas del frasco – dijo Fermín.

- No se, no se – caviló Ramón.

- Ramoncito. Tomá. Comete otra aceituna y despreocupate.

- ¿Te parece? – preguntó Juancito.

- ¡Pero sí hombre!.


El Gallego se incorporó de nuevo.

- Miren, que yo no se, pero a mi me sonó bastante convincente.


En eso vieron pasar por la vereda frente al bar al tipo que buscaba al Hugo, con la tiza en la mano, y al Hugo, rengo y golpeado, corriéndolo hasta que cayó al piso y ya no se movió más. Apenas unos segundos más tarde escucharon una explosión que resquebrajó los vidrios del bar. Un resplandor encegueció a los muchachos. Después de unos instantes, los primeros edificios comenzaron a derrumbarse como torres de cartas pisadas por un elefante. La calle se hundió ante sus ojos, tragándose árboles, autos y todas las veredas. Los postes de luz desaparecieron dejando tras de sí un rastro de chispas y llamaradas. La gente no tenía ni tiempo de darse cuenta qué pasaba.


- Que lo parió – murmuró Fermín con el vaso de Gancia todavía en la mano.


De pronto, todo se oscureció.

viernes, diciembre 25, 2009

LOS 4 DIAS DEL OJO

(Ejercicio de taller de argumentaciòn del Profesorado)



- Buenos días padre Flanagan.

- Buenos días.


El padre Flanagan se sienta en el banco que O´Reardon dejó en el pasillo.


- ¿Cómo estamos hoy? - pregunta.

- Mmmm...buen...pues veamos: sigo detrás de estos malditos barrotes. La maldita Corte Suprema del Estado rechazó mi última apelación y la maldita perra de mi ex esposa no me deja ver a la niña...

- Imagino que tendrá sus razones.

- ¡Seguro que las tiene padre!. ¡Seguro!. Pero sigue siendo una maldita perra.

- Entiendo Freddie.

- Así que básicamente estoy igual que ayer. O peor: falta un día menos para que me inyecten.

- Es cierto. Cada vez falta menos Freddie.

- Gracias por obligarme a recordarlo una vez más, padre Flanagan.


Me levanto del catre, acerco una silla a las rejas de la celda y me siento allí.


- ¿Está cómodo padre?. ¿O´Reardon lo trata bien o le da la lata?.

- Pues, me trata bien. Si, debo decirlo, me trata bien. Freddie. ¿Pensaste en lo que hablamos ayer por la mañana?.

- Ayer por la mañana me dijo usted muchas cosas padre y a decir verdad, no presté mucha atención a gran parte de ellas. Usted sabe...en estos momentos mi relación con Dios no está a la cabeza de mi lista de problemas.

- Entiendo Freddie.

- ¿Entiende padre?.

- Si Freddie, entiendo, de verdad.


El buen padre Flanagan, con la biblia en sus manos.


- Dime Freddie, ¿no quieres hacer las paces con el Señor antes de partir?.

- Padre Flanagan, lo cierto es que Dios y yo nunca nos hemos llevado bien. En realidad nunca nos hemos llevado. Qué puedo decirle padre. Dios me odia.

- Dios no te odia Freddie. Dios no odia a nadie. Dios no odia a sus criaturas.

- Oh, sí que lo hace padre Flanagan. Claro que sí. Me odia a mi y los odiaba a ellos también.


El padre Flanagan resopla.


- Freddie, Freddie: ya hemos hablado de esto tantas veces. Dios ama a sus hijos y tú eres su hijo.

- No lo creo padre. Pero si lo fuera - y no estoy diciendo que acepto que lo soy - sería el hijo descarriado. ¡Qué digo!. Sería su hijo más descarriado.

- No lo creo Freddie.

- ¿Por qué no?.


Flanagan me estudia unos segundos. Está pensando qué decirme. Noto que está buscando una respuesta dentro de ese cerebro cristiano suyo. Sonrío.


- ¿Qué es lo que no cree padre?. ¿Que yo sea su hijo más descarriado?. Bueno, le concedo eso. Tal vez sea uno de sus hijos descarriados, porque claro, al lado de Hitler o Bush o el colombiano, no recuerdo su nombre, el maldito de los niños, los niños - repito, poniendo énfasis en la palabra niños.


El padre hace una mueca de disgusto.


- Freddie, te queda poco tiempo. Podrías hacer las paces con el Señor, amigarte con él, pedirle que te perdone por lo que has... por todo lo que hiciste, el dolor que provocaste a toda esa gente. Confiésate Freddie y el Señor te recibirá en sus brazos nuevamente. Puedes hacerlo. Sé que puedes Freddie. Busca en tu alma, mira dentro de ella y busca el deseo de ser perdonado.

- Yo no tengo alma padre.

- ¡Sí que la tienes!.


El tono del padre Flanagan me sorprende por un segundo. Saco un cigarrillo del bolsillo de la camisa.


- Le ofrecería uno padre, pero se que no fuma.

- ¿Así es como quieres que tu hija te recuerde Freddie?.

- Bueno padre - digo mientras pongo el cigarrillo entre mis labios y lo enciendo - No creo que mi hija vaya a recordarme en lo absoluto. Esa perra se encargará de hacerle olvidar quién fue su padre, si es que en realidad lo soy, porque esa golfa ha de haberse acostado con medio pueblo mientras yo salía de cacería, maldita prostituta de dos dólares.

- Cuida tu vocabulario Freddie.

- ¿Qué si no lo cuido, padre Flanagan?. ¿Piensa acusarme con O´Reardon?.

- Freddie, acepta a Dios nuevamente. Dios está en ti y en todos nosotros. Deja que el te guíe y tome tu mano Freddie. El Reino de los Cielos te espera. Arrepiéntete de tus pecados. Permítele que te perdone. Permíteme oirte en confesión Freddie.


Lo miro en silencio. El buen padre Flanagan y su biblia vieja, gastada, sin brillo.


- Sabes bien que Dios es misericordioso y que perdona aún a los que lo han olvidado por completo. Él sabe perdonar Freddie y quiere perdonarte a ti.

- ¿A mi?. ¿Está seguro que quiere perdonarme a mi?. ¿Dios no se habrá confundido de Freddie Slezinger?.

- Freddie, te escudas en tu cinismo, pero por dentro sabes que digo la verdad. Dios te espera con sus brazos abiertos.

- Lo único que me espera con los brazos abiertos, padre, es la silla.


Flanagan mira la punta de sus zapatos. Sostiene la biblia en la mano derecha. Noto que la aprieta con fuerza.


- Padre, dese por vencido.


Me estudia unos segundos.


- De verdad padre, se lo digo de todo corazón: hágalo de una vez por todas. ¿Cuánto hace que viene aquí y me siempre dice lo mismo?.

- Desde que te trajeron Freddie.

- Desde que me trajeron padre. No lo se padre, pero si no ha logrado convencerme hasta ahora, o bien sus argumentos apestan, o usted no es todo lo bueno que cree ser argumentando.

- O...


El padre Flanagan se detiene y no dice nada más.


- ¿O qué padre?.

- Nada Freddie. Nada.


Mira hacia la puerta.


- ¿Ya se va padre?.

- ¿Tiene sentido que me quede Freddie?.

- Bueno...si quiere que hablemos de beisball o de mujeres, lo tiene.

- ¡O´Reardon!.


Se oye el ruido de las llaves abriendo la gruesa puerta metálica que aísla al sector de los que esperan su hora del resto de la prisión.


- Espere un momento más padre.


Flanagan le hace una seña a O´Reardon. El guardia vuelve a salir y cierra la puerta nuevamente.


- ¿Para qué viene padre?.

- ¿Qué pregunta es esa Freddie?. Ya sabes.

- No, no lo se. Por eso le pregunto.

- Quiero que te salves Freddie.


Me acerco a los barrotes hasta que mi rostro se apoya en ellos.


- Padre, mi única salvación sería que un meteorito cayera en el pueblo, matara a todos allí, incluyendo a la perra de mi ex mujer, y destruyera estos muros para que yo pudiera escapar, escapar para poder volver a estar vivo, ¿entiende padre?. ¿Sabe de qué le estoy hablando?.

- No Freddie.

- De estar vivo, de eso le hablo. Nunca me sentía tan vivo como cuando tenía la sangre de ellos en mí padre, toda esa sangre sobre mi cara, manchando mis manos, mis brazos, en mi ropa, en mi boca. Me sentía tan vivo cuando me entregaban su último aliento. !Oh padre Flanagan!. Le digo, si no ha probado eso, no ha probado nada.


Siento su mirada de reprobación.


- Si padre. Ellos me daban vida. Y no me mire con esa cara. Me importa un bledo cómo me mire padre. Cuando los mataba, cuando apoyaba el arma en sus frentes y disparaba me sentía más vivo que nunca padre. Y si saliera de esta... jaula, volvería a hacerlo. ¿Quiere saber a cuántos maté padre?. 16. Afuera. Aquí adentro a 3 que se pasaron de listos. Pero los de aquí adentro no cuentan. No fue por placer. Fue pura supervivencia. Y no me mire mal padre, que yo no necesito alistarme en el ejército para salir a satisfacer mis ansias de sangre. No soy como esos asesina niños. No, no soy un asesina niños - digo remarcando de nuevo la palabra niños.


Los dos nos clavamos la mirada.


- ¿Quiere saber por qué dejé de matar, padre Flanagan?.

- ¿Por qué Freddie?.

- Porque me detuvieron.

Flanagan resopla.

- Freddie, Freddie.


Hace una seña hacia donde está O´Reardon. Se oye nuevamente el ruido de la llave y la pesada puerta metálica abriéndose.


- Oh, una última cosa padre: doné mis ojos a la ciencia.

- ¿En serio Freddie?.

- Si padre. Lo hice. Algo es algo, ¿verdad padre?. No me servirá para conseguir la salvación eterna, pero al menos mitigará un poco mi condena en el infierno, ¿no lo cree padre?

- No. No lo creo Freddie.

- Le digo que si ayudara, donaría el resto de mi, pero bueno, mi hígado está bastante estropeado y mi pito, padre, hace tanto que no lo uso, que ya se debe haber echado a perder.

- Hasta luego Freddie - saluda Flanagan con resignación.

- Hasta luego padre. No vuelva más.


Freddie Slezinger murió por inyección letal el 5 de marzo de 1999. Sus ojos fueron transplantados a un joven de 17 años llamado Eric Harris, quien estaba quedándose ciego debido a una enfermedad degenerativa de la córnea. La operación fue un éxito. Luego de 15 días en el Hospital Central de Denver, Eric regresó a su casa en Littleton y tras un mes de rehabilitación, le quitaron las vendas por última vez el 16 de Abril por la mañana. Su organismo había aceptado sus nuevos ojos sin provocar ningún rechazo. Todo había cicatrizado a la perfección. Eric volvió a ver por completo. Finalmente, el 20 de Abril, junto a su amigo Dylan Kliebold, llevó adelante aquello que venían planeando desde hacía meses y que su operación había pospuesto: el ataque a la Secundaria Columbine, donde él y Dylan mataron a 12 estudiantes y 1 profesor, antes de volver las armas contra sí mismos. Al final, sus ojos vieron lo mismo que tantos otros ojos habían visto tan sólo un instante antes del final: un caño, una sonrisa, y un dedo apretando un gatillo.

24/3

(Ejercicio de taller de argumentaciòn del Profesorado)


Ocurrió durante el Segundo Gobierno. Fue durante la primera tarde de un día de marzo que los hechos que venían tomando forma se canalizaron, desembocando en los sucesos que hoy bien conocemos.



Cuando todo hubo finalizado, conferencias de prensa fueron dadas: se evacuaron dudas, se ventilaron ciertas cuestiones, se ensuciaron nombres, se intercambiaron los papeles. Las imágenes se repitieron una y otra vez por cadena nacional. Rollos y rollos de fotos fueron revelados. Las radios airearon la noticia constantemente. Productores televisivos apretaron botones para repetir las notas en forma ininterrumpida. Los diarios apuraron sus tiradas.


Primero el rumor, seguido por la duda, la duda que no presenta pruebas irrefutables. Luego, el comienzo de la certeza. Después, la certeza absoluta: esa sensación de apremio, de apuro, de falta de tiempo, de necesidad de saber, de conocer la verdad. Finalmente, la verdad.


Ahogada en su propia mierda, la Capital Federal había desaparecido del mapa.


A fines de febrero, los líderes de la oposición habían convocado a todos los "porteños de bien" para protestar contra el gobierno nacional de una forma "contundente y que no deje lugar a dudas sobre el mensaje que queremos enviarle: que su gobierno es una verdadera mierda". Los carteles en las calles de la ciudad no tardaron en aparecer: "Hagámoslos bosta" firmaban los de la Sociedad Rural. "Algo huele mal en este gobierno" decía con su tibieza habitual, la Unión Cívica Radical. "Que se vayan...a la mierda" decía uno perteneciente a un autotitulado Consejo del Partido Justicialista Auténtico.


Los principales diarios de Capital convocaban al "Gran Cagadón". Figuras públicas como Susana Gimenez, Mirtha Legrand y otros grandes intelectuales se sumaron a la protesta. "Es rere original" declaró Susana en su programa. "Yo me prendo". Ari Paluch, Magdalena Ruiz Guiñazú, Gonzalez Oro, Chiche Gelblung, Marcelo Bonelli, Edgardo Otero, Marcelo Longobardi, etc. Los nombres de reconocidos personajes del mundo del espectáculo engrosaban la lista de quienes pretendían "echar a este gobierno por donde merece irse: por la cloaca".


La fecha se fijó para el 24 de marzo. Algunos poquísimos líderes de la oposición a quienes todavía les quedaba algún resto de conciencia cívica, hicieron notar que no era una fecha muy feliz para llevar a cabo semejante acto de protesta. Pero sus palabras fueron desoídas por prácticamente el 100% de los convocantes. "Está en juego el futuro de la Patria misma. No podemos andarnos con boludeces" les dijeron.


A las 10 de la mañana del 24 de marzo, todos los porteños cagarían al mismo tiempo y apretarían el botón todos juntos "para que revienten los caños y las calles se inunden de lo que este gobierno nos da".


El entusiasmo se acrecentaba a medida que la fecha y hora elegidas se acercaban. Distintos partidos iban sumándose a la protesta. De derecha y centro, todos. De la izquierda, por supuesto, también todos, aunque con distintos matices, dependiendo de la extracción ideológica de cada partido y de lo que llegaran a votar, tras un intenso debate, los 134 miembros de cada uno de estos partidos.


El país entero miraba a la ciudad con ojos de incredulidad. Incluso dirigentes de otras provincias y acérrimos opositores al gobierno nacional no pudieron evitar exclamar "estos porteños se fueron a la mierda".


Biolcatti, Buzzi, De Angelis y Mario Llambias convocaron a un gran acto de cagadero público en Palermo, frente al Zoológico, para demostrarle "a esos animales que nosotros no estamos hechos sólo de carne".


A Mauricio Macri la idea le pareció "genial, aunque me da un poco de asco, como todo lo que hacen quienes no son yo". Luego, mirando a Gabriela Michetti, le preguntó en tono burlón si "ella iba a poder sola". Aquel fue el fin del idilio, que los llevara al gobierno de la ciudad, entre Macri y Michetti.


Lilita Carrió anunció que "este será el fin de esta dictadura hitleriana inspirada en los principios stalinistas del más acérrimo capitalismo ultraliberal de centroderecha de Mao, Fidel Castro y Ho Chi Mihn". Agregó además que "la semana anterior al 24 pienso comer hasta reventar, para darles para que tengan".


Los ojos del mundo se posaron sobre la Capital Federal. Diarios y cadenas televisivas de todo el planeta llegaron a la ciudad. Sólo unos pocos tomaron la precaución de contratar helicópteros para cubrir el evento.


Se organizaron tours de cropófagos. El precio de las máscaras se multiplicó por 50. Los barbijos se agotaron semanas antes de la fecha. Los plomeros se vieron desbordados de trabajo. Millones de rollos de papel hiegiénico se vendieron. Se instalaron cientos de miles de nuevos inodoros. Las casas de artículos para el hogar vieron agotados sus stocks de tapas para inodoros. Los negocios de ventas de alfombras, cortinas y cobertores para tapas de inodoro se quedaron sin nada que vender hacia el 10 de Marzo. Las fábricas de todos estos artículos no podían satisfacer el imprevisto nivel de demanda. Fortunas incalculables se hicieron en aquellos días.


Parejas de enamorados reservaron habitaciones en lujosos hoteles para la fecha prevista. Miles de opositores desbordarían la capacidad de alojamiento de la Capital en el que se conocería como el "Gran Día del Sorete". Los grandes productores de soja y los popes de la Unión Industrial Argentina, sumados a ex funcionarios del menemismo, y hasta el mismo Menem, alquilaron el Hotel Presidente para esperar el "gran momento de la expulsión".


Claro que no todas fueron rosas. Hubo constipados que, ansiosos por participar del "Gran Cagadón", consumieron raciones extraordinarias de laxantes que les provocaron mortales efectos secundarios. En la vereda opuesta, sucedieron varios casos de "estallidos espontáneos", gente que extremadamente enojada con el gobierno y siguiendo el ejemplo de Lilita Carrió, comió en los días previos al 24 de Marzo cantidades ingentes de todo tipo de comidas, agregándole a esto la que se conocería como "retención antigubernamental", lo que llevó a decenas de los mencionados a estallar sin previo aviso, manchando de mierda y tripas sanguiñolientas todo a su alrededor. Además, muchos periodistas no opositores y porteños de bien que no se sentían representados por los "porteños de bien" de los medios y de la oposición, decidieron pasar aquella fecha lejos de sus casas, "para no avalar este comportamiento de mierda".


Finalmente, el Gran Momento llegó.


Millones y millones de "porteños de bien" y "porteños por un día" cagaron todos juntos y apretaron los botones de sus depósitos y tiraron de sus cadenas al unísono. No así los pobres, ni los villeros, ni los sin techo, algunos porque no tenían qué cagar pues no comían; otros, porque sus casas no tenían conexión a las cloacas ni a la red de agua. La mayoría porque prefirieron irse de visita a lo de algún pariente en la provincia de Buenos Aires, "porque ya nos tenemos que bancar la mierda de estos todos los días, mirá si encima nos vamos a quedar para bancarnos ésta también".


Los tacheros tocaban sus bocinas festejando. La gente se asomaba a los balcones y vitoreaba consignas contra el gobierno. Los dirigentes políticos que habían convocado a la "gran jornada de cague y proteste" celebraban el éxito de su convocatoria limpiándose los culos entre ellos o, lo que es lo mismo decir, tapándose sus chanchullos mutuamente. Clarín y La Nación rápidamente actualizaban sus páginas de internet. "¡Qué cagada!" titulaba Diario Popular. La mierda rebalsó casi de inmediato la capacidad cloacal de la Capital. Los desechos orgánicos humanos comenzaron a salir por las bocas de tormenta, resumideros, tapas de cámaras de luz, gas y de telefonía.


Hacia las 11, en medio de los festejos, se dieron las primeras señales de alarma. Primero, se cortaron las comunicaciones telefónicas. Luego el gas. Finalmente la luz. Mientras los "porteños de bien" gritaban consignas contra el gobierno (gobierno que en silencio se había traslado completo a la ciudad de La Plata), comenzaron a producirse los accidentes. La mierda no se detuvo en los cordones de la vereda. Su crecimiento fue exponencial y arrollador. Al principio cubrió las calles. Los autos circulantes se patinaban o salpicaban a quienes estaban en las veredas. Luego, la mierda siguió subiendo de nivel. La gente se patinaba en sus propios soretes y caía al suelo, de donde ya no podían levantarse pues no tenían cómo hacer pie. Los pocos que lograban ponerse nuevamente de pie, veían con horror como sus compañeros de manifestación desaparecían bajo una montaña de mierda que no dejaba de elevar su nivel a cada segundo. Cagados de miedo, muchos de los manifestantes trataban de huir de la ola de mierda que no cesaba de aumentar de tamaño y que iba convirtiéndose en una marea incontenible de desechos fecales sin control.


Al percibir lo que sucedía, los pocos automovilistas que aún circulaban en aquellos momentos por la calle trataron de huir de la ciudad. Sólo un puñado consiguió llegar hasta los límites de la Capital donde, con espantosa sorpresa, descubrieron que funcionarios de la Provincia de Buenos Aires habían levantado altísimas paredes de contención, hechas de un material especial antimierdacorrosivo. Prefectura Naval, ante el peligro de contaminación masiva del Río de la Plata, había hecho lo mismo a lo largo de toda la costa.


A las 12 y 15 nadie se explicaba porqué el nivel de la mierda seguía subiendo y subiendo si ya todos habían cagado hacía más de 2 horas. Algunas hipótesis sostienen que esto sucedió porque "era mucha la mierda que tenían guardada los porteños".


A las 12:45, el nivel de la mierda había trepado hasta cubrir 2 pisos completos de un edificio en Barrio Norte. A esa altura se desconocía la cifra de muertos y de taxis desaparecidos bajo la mierda. En la terraza del Hotel Presidente los políticos y empresarios peleaban a brazo partido por un lugar en uno de los dos helicópteros que consiguieron para escapar de allí.


A las 13:00, los únicos gritos que se escuchaban en la ciudad eran de pánico, terrror y cagazo. La ayuda gubernamental se implementó tan rápido como fue posible, pero fue totalmente insuficiente.


A las 13:21 se derrumbó el primer edificio. Sucedió en Belgrano R. La mierda se había comido los cimientos. A partir de ese momentos, los edificios comenzaron a venirse abajo como columnas de agua. A las 13:34, los pocos porteños que aún quedaban con vida, exigieron a los gritos ayuda al gobierno nacional. Helicópteros de Gendarmería, del Ejército y de la Fuerza Aérea rescataron a cuantos pudieron, pero no daban abasto ni estaban preparados para el nivel de catástrofe acontecido.


A las 13:47 cayó el último edificio que quedaba en pie en la ciudad.


A las 14:00 la presidenta dirigió un mensaje a todo el país. Las tareas de rescate prosiguieron por algunas horas más. Finalmente, a las 20:00 se dieron por terminadas. Era evidente que entre tanta mierda no quedaban sobrevivientes.


Nadie esperaba que algo así sucediera. El muro puesto por los gobiernos nacional y provincial, sólo apuntaba a que "no pasaran soretes de nuestro lado y no nos llegara el olor a full". Jamás habían imaginado que "no querer recibir la mierda de los porteños nos salvaría la vida", como declarara el gobernador de la Provincia de Buenos Aires.


Se buscaron explicaciones científicas, pero nada certero fue dicho. Según se declaró "el sistema estaba preparado para aguantar mucha mucha mierda. Pero esto fue el colmo". Se habló de "mierda rabiosa", una mezcla de "mierda con furia", como la causante de la catástrofe. El mundo se apresuró a enviar ayuda humanitaria en forma de millones de litros de lavandina "no vaya a ser cosa que se infecten los de afuera". Ante la posibilidad de que la mierda siguiera expandiéndose sin control, el presidente Barack Obama se ofreció gentilmente a "tirar un par de misiles nucleares por si acaso", oferta que fue rechazada, también gentilmente, por el gobierno nacional.


Finalmente, sin nada más que comer o destruir, el 30 de marzo la mierda terminó de autoconsumirse hasta la última molécula. Hoy, en lugar de la Capital Federal, queda un gigantesco espacio verde y un silencio sepulcral que recuerda, tristemente, el final de mierda que tuvo aquella ciudad.